La ganadería

La actividad económica más importante en el mundo rural, como es el caso del Valle de Soba, es la ganadería y cualquier oficio referente al sector primario. Básicamente, la única forma de tener un modo de vida en una región como Soba es a través de la ganadería, y dedicándose a los animales. De hecho, el 60% de la población activa del valle se dedica a esta labor. Una tarea que Marta García, copropietaria de la Ganadería Val del Mazo, califica de suma importancia y como una labor social, pues sin el campo y sin los ganaderos, la ciudad no tiene qué comer.

Marta creció en el municipio de la Hermandad de Campoo de Suso, en Cantabria cerca del Parque Natural Saja-Besaya. En concreto en un pueblito llamado Villacantiz, cercano a la célebre estación de esquí de Alto Campoo. Con tan solo 19 años, su novio y actual marido obtuvo un trabajo como veterinario en la Sociedad Cooperativa del Valle de Soba.

Lo que la empujo a que después de finalizar sus estudios y trabajar en la unidad de cuidados intensivos del Hospital Marqués de Valdecilla, a vivir en el valle. Al principio estuvo trabajando como Guía Turística del Centro de Interpretación del Parque Natural de Asón. Hasta el año 2012, en el que se incorporó como joven ganadera.

Tanto la ganadería como la agricultura son el sector económico principal del Valle de Soba. Y Marta, acostumbrada a trabajar, no sería capaz de quedarse en casa, por lo que debía buscar un modo de vida. Y en un municipio tan pequeño, con tan pocos servicios, esta era la opción más acertada. Así que usando el poco dinero ahorrado y con mucho esfuerzo comenzó su propia ganadería desde cero.

Tarea que no es sencilla, ya que sin mentor ni ayuda alguien que empieza en este sector está perdido. Las dificultades administrativas y económicas son infinitas. Muchos de los que intentan entrar en este sector no son conscientes de lo duro que puede llegar a ser y de la formación que se necesita.

Según Marta, se necesitan estudiar casi hasta tres carreas universitarias para poder gestionar una ganadería en condiciones. Además de la necesidad de varios cursos formativos para poder obtener el plan de Nueva Incorporación en el Gobierno de Cantabria. Cursos alejados de la realidad con la que Marta se ha tropezado con los años.

"Si tienes 40 vacas, dan a luz todos los años y el ternero lo puedes vender por X dinero. Pero la realidad es que las vacas no tienen crías todos los años, algunos terneros son cazados por los lobos, hay vacas que abortan, otras mueren de cagalera… Así que cuando te enfrentas a montar una ganadería de la índole de Val del Mazo, te das de bruces con muchos problemas y pasas muchas noches sin poder dormir." Opina Marta sobre el contraste entre lo que se enseña y la realidad.

La vida de alguien dedicado a la ganadería es prácticamente inexistente. Ya que desde el primer momento que empieza se debe dedicar entera y plenamente a sus animales. Debe levantarse muy temprano para ver cómo están sus animales, alimentarles, atenderles. Una vez comprobado su bienestar Marta va a comer, para después por la tarde volver a la cuadra o al terreno para vigilar el ganado. A esto se suman tareas como preparar los terrenos, segar la hierba, cuidar y limpiar las cuadras, atender partos etc. Además de compaginarlo con las tareas diarias que exigen un hogar y una familia. "Esto no es un trabajo es una forma de vida, todo gira en torno a tus animales y ellos son los que marcan tu día a día." esclarece Marta.

Marta afirma que desde que se dedica a sus animales nunca ha sido capaz de ir a una boda o a unas vacaciones acompañada de su marido. Ya que debe de haber siempre alguien vigilando y comprobando que todo está correctamente. El día que ambos se descuidan, las vacas se escapan del prado, o se rompe alguna de las instalaciones. Por lo que la vida social de un ganadero llega a estar muy limitada a los pueblos de alrededor, llegando a carecer muchas veces de esa interacción. Hecho que entrechoca con la necesidad humana de socializar con otras personas.

Marta comenzó su negocio con dos especies autóctonas de la región que se encuentran en peligro de extinción. La vaca Casina y la yegua Monchina. Animales con una gran capacidad de adaptación a un terreno montañoso como el del Valle de Soba, con desniveles de hasta el 70%. Empezó con 33 vacas y 12 yeguas, cifra que a lo largo de los años ha conseguido aumentar exitosamente. Sin embargo con eso no era suficiente.

"La explotación seguía sin ser rentable. Por lo que me asocié con la Ganaderia Quino para comercializarla y trabajarla bajo un sello ecológico y otro llamado Producto de Montaña, sellos de calidad diferenciada certificados por la Unión Europea. Y el ganado vacuno lo comercializo a través de la IGP (Indicación Geográfica Protegida), a través del sello Producto de Montaña y una certificadora externa aún más exigente que las otras. Es un valor añadido para tu producto y así vas sobreviviendo. No ganas mucho dinero pero sobrevives."

La vida de un ganadero es la vida de un superviviente. No todos los meses se ingresa el mismo dinero, un mes puedes salir ganando y el siguiente perdiendo. Ya que el sueldo depende de los animales sacrificados, cosa que no todos los meses se puede hacer. Además de que estos exigen de un mantenimiento, una alimentación, un servicio veterinario que suele llevar gran parte del salario. Al año un ganadero puede mover mucho dinero, llegando hasta los 300.000 euros, sin embargo muy poco de ese dinero aterriza en su cartera.

El sector ganadero ha sido uno de esos sectores masculinizados a lo largo del tiempo. Sin embargo, Cantabria es un ejemplo a seguir, ya que el 46% de la titularidad de las explotaciones ganaderas son mujeres. De hecho, existe una ley de Titularidad Compartida, y en Cantabria solo hay tres personas que se han acogido a esta ley. Si es cierto que el mayor problema para ser mujer ganadera, al igual que en el resto de sectores, es la conciliación entre la vida laboral y la familiar.

Otro ejemplo del sector ganadero en el Valle de Soba, es Esteban José Martínez, propietario de la ganadería Los Arroyones ubicada en La Gándara y de una carnicería en Ramales de la Victoria bajo el mismo nombre donde vende la carne de sus animales. En ella trabaja las vacas de raza Limousin de la cual actualmente tiene 50 ejemplares.

Para quien, al igual que para Marta, su vida son sus animales y su jornada laboral depende de los animales. Intenta compaginarlo con la carnicería y actualmente tiene en su cuadra cámaras instaladas para poder vigilar a sus animales y comprobar que todo está correcto. Pues si una vaca de repente se pone de parto, tiene que acudir rápidamente o pedir a un vecino de confianza que se encargue. Sin embargo, en ocasiones se permite irse de vacaciones.

En cuanto a las macrogranjas, y a la calidad de vida de los animales y la calidad del producto final, Esteban no está a favor de este modelo de producción de productos alimenticios de procedencia animal. Para que una explotación se considere una macrogranja, Esteban considera que debe tener como mínimo 20.000 cabezas de ganado, en la cual los animales están en extensivo, es decir que están estabulados todo el año (atados en sus plazas sin libertad de movimiento). Por lo que el gasto de luz, agua y forraje para los animales es mucho mayor.

En el Valle de Soba las explotaciones más grandes no superarán las 300 cabezas de ganado. Y son animales que salen a pastar al campo. Durante el invierno necesitan estar guardadas en una nave por el frío, aunque cuentan con el espacio suficiente para moverse y están provistas de paja esparcida por el suelo para estar cómodas y poder tumbarse. Y durante los meses de verano y buen tiempo, salen y andan a sus anchas por los prados. Por lo que cuentan con una buena calidad de vida, las crías pueden alimentarse de productos mucho más naturales que el forraje de una granja industrial y luego esta calidad de vida se nota en la calidad de la carne.

Además, Esteban afirma que los pequeños ganaderos, junto con la ayuda de sus vacas, hacen una gran labor por el valle. Que es el cuidado y el mantenimiento de los prados esparcidos por todas partes. Y es que las vacas son las responsables de cuidar y mantener la hierba. Si los ganaderos pequeños dejan de existir, deja de haber vacas en cada esquina y los prados se abandonan. No tardara en crecer la maleza y los matorrales, por lo que el valle perdería su atractivo para los turistas.

A pesar de todas las dificultades, ni Marta ni Esteban cambiarían su modo de vida por nada en el mundo. Están enamorados del mundo rural y su pueblo. Allí se encuentra en conexión con la naturaleza. Levantarse por la mañana y escuchar en la lejanía a un pájaro carpintero picando en la corteza de un árbol. Escuchar el canto de un cuco. O ir al prado y tropezarte con un par de corzos. Esos son los momentos que les llenan de felicidad.

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